Todo pasó muy rápido. Después de asistir al funeral de Cara, me sentía débil y cansada, tenía los ojos tan secos como el desierto. No me quedaban más lágrimas por derramar. Me sentía asfixiada, como si unas manos me apretaran el cuello y no pudiera respirar.

—Hannah, ¿qué ha pasado? —preguntó una voz al fondo de la habitación. Yo estaba descansando en la cama con los ojos cerrados. Todo lo que veía era oscuridad. Mi cuerpo estaba totalmente inmóvil.

Alex por fin había aparecido. Ya no parecía enfadado.

—Cara ha muerto —susurré a duras penas.

Oí unos pasos que se acercaban a mi habitación.

Me dolía todo el cuerpo. Y el alma.

—¿Qué? —preguntó la voz grave de Alex.

—Cara ha muerto —repetí con voz apagada. El cuerpo me temblaba ligeramente.

—¿Cuándo? ¿Qué ha pasado? —quiso saber Alex. No quería mirarlo a los ojos y que viera la situación lamentable en la que me encontraba. No respondí—. ¿Hannah? —insistió al ver que no contestaba.

No quería hablar de ello. Cada vez que alguien mencionaba el nombre de Cara, mi mente reproducía automáticamente y a cámara lenta lo que había pasado aquella noche: el agente tomando declaración a los posibles testigos, el policía acordonando la escena del crimen, yo corriendo hasta el cuerpo de Cara y, finalmente, su rostro cubierto de sangre.

Fue horrible. Sobre todo porque podría haberlo evitado. No podía deshacerme del sentimiento de culpa.

Se me formó un nudo en la garganta.

—¿Hannah? —volvió a preguntar. Yo no me moví, ni siquiera abrí los ojos; cualquier movimiento me causaba dolor—. ¿Hannah? ¿Puedes mirarme? —gruñó desesperado. Gemí y el nudo de la garganta empezó a deshacerse—. ¿Por favor? —suplicó.

Abrí los ojos ligeramente y me ardieron. Era como si me hubiera sumergido en una piscina de cloro.

Los tenía hinchados y seguramente rojos como un tomate.

Su mirada desprendía preocupación. Frunció el ceño.

—¿Estás bien?

No contesté. Era incapaz de hablar. Alex se acercó con paso lento. Lo miré a los ojos y me observó aterrado.

—Oye —dijo mientras se acostaba a mi lado—. Lo siento mucho.

El nudo en la garganta volvió a crecer.

Quería llorar.

—No tienes que disculparte. —Me tembló la voz. Él negó con la cabeza.

—Soy un idiota. Me fui sin avisarte y me enfadé cuando no debería haberlo hecho. Una disculpa es lo mínimo que te debo —susurró.

Luchaba por mantener a raya las lágrimas, pero que Alex me dijera aquellas cosas no ayudaba mucho.

—Cara ha muerto —repetí, como si fuera una especie de mantra.

—Lo siento —dijo de nuevo.

Cerré los ojos un momento.

—Cara vino a hablar conmigo unos diez minutos antes… —susurré y me detuve para tomar aire—.

La habían amenazado. Tu asesino le mandó una nota y ella… estaba asustada, Alex… y yo… yo no supe ver el peligro que corría… —Mi voz se quebró.

El secreto desvelado, Janeth G.S.

El secreto desvelado, Janeth G.S.