Federico solo hay uno
Mientras trabajaba en este libro, contadas personas sabían en qué consistía el proyecto que tenía entre manos, y me pasó que, hablando con alguna de ellas, al nombrarle el título, Federico, me mirara y me hiciera una pregunta insospechada: "¿Qué Federico?". ¿Cómo que qué Federico? Federico solo hay uno.
Evidentemente, sé de más personas con este nombre, pero ¿no parece posible que muchos de ellos lo lleven hoy en honor a nuestro escritor? No me parece nada descabellado, porque no sé si existe un nombre que vaya tan unido a una persona como el de Federico.
Admito que he sentido un gran peso en la espalda al enfrentarme a escribir sobre la vida y obra de García Lorca. Se ha dicho tanto de él y de su legado... Han hablado de él sus hermanos, sus amigos, sus vecinas, las muchas personas que lo conocieron...; por eso he creído oportuno sencillamente dejarme llevar por las palabras, escritas y pronunciadas, de todas esas personas, y por las del mismo Federico; leerlas, escucharlas y hacerme un esbozo propio de quién era él, lo que significaba para los que lo rodeaban y lo que ha significado después para el mundo.
Todos los que lo conocieron coinciden en que, pretendiéndolo o no, Federico era siempre el centro de atención. No me cabe duda alguna de que así fue cuando su obra y su figura siguen ejerciendo una atracción tan grande sobre nosotros. Federico nos lleva a un estado de embelesamiento en el que nos dejamos zarandear por Bernarda Alba, bebemos su veneno y lo tragamos con gusto aun sabiendo que nos hará vomitar larvas; hace que nos baile el corazón en el pecho al son de un pandero que redobla cuando leemos su poesía; olemos el sudor entre los pliegues de la piel de un bebé hecho de aire y de anhelos empozados.
Me imagino a Federico contando la historia más prosaica del mundo y me veo siguiendo cada palabra, pirueteando al repiqueteo de su acento andaluz, observando cómo cada sílaba se va posando en el lugar adecuado. Dicen que tanto daba lo que contase; los de más siempre lo escuchaban con atención, y yo me lo creo. Porque Federico no nos habla más de lo que somos. De nuestra entrañas y del alma que entra y sale por lo sentidos cuando respiramos, sudamos, nos reímos o lloramos. De las cosas que pasan detrás de la puerta de la casa de al lado. De la brisa que nos acaricia la cara una mañana fresca de primavera.
Naturalmente, en este dejarme arrullar por Federico me he permitido soñar, y eso me ha llevado a fantasear sobre cómo fueron algunas cosas, a ficcionar un poco lo que he leído sobre él, a imaginar cómo caminaba de niño, a preguntarme qué veía en los caracoles, en las plantas, en las gentes que tanto le atraían.