En la actualidad

El cuarto cóctel me había parecido una buena idea. Igual que el flequillo, ahora que lo pienso. Pero mientras forcejeo con la cerradura de la puerta de mi apartamento, doy por hecho que por la mañana me arrepentiré de haberme tomado el último spritz. Quizá también del flequillo. Cuando me senté para que June me cortara el pelo hoy, comentó que los flequillos posruptura casi siempre son una pésima decisión. Pero no era June la que iba a acudir, otra vez soltera, a la fiesta de compromiso de su amiga aquella noche. El flequillo estaba más que justificado.

No es que siga enamorada de mi ex, no; nunca lo he estado. Sebastian es un poco esnob. Es un abogado de empresa prometedor, y no habría aguantado ni una hora en la fiesta de Chantal sin burlarse de la elección de la bebida o hacer referencia a que algún artículo pretencioso que había leído en The New York Times anunciaba que el Aperol spritz estaba pasado de moda. Se hacía el interesante examinando la carta de vinos, importunaba al barman con preguntas sobre el terroir y la acidez y, fueran cuales fuera las respuestas, se decidía por una copa del tinto más caro. No es que tenga un gusto excepcional o que sepa mucho de vinos, simplemente compra de los caros para dar la impresión de que es un entendido.

Sebastian y yo estuvimos juntos siete meses, lo que otorgó a nuestra relación el mérito de ser la más larga que he tenido hasta la fecha. Al final, dijo que en realidad no me conocía. Y tenía razón.

Antes de él, escogía a mis ligues para pasármelo bien y a ninguno le importaba que la cosa fuera en serio. Para la época en que conocí a Sebastian, empezaba a creer que ser una mujer adulta significaba que debía encontrar a alguien con quien mantener una relación adulta. Sebastian cumplía todos los requisitos. Era atractivo, culto, tenía éxito y, a pesar de ser un poco pedante, era capaz de hablar con cualquiera prácticamente de cualquier cosa. Sin embargo, aún me costaba abrirme en muchos sentidos. Hacía tiempo que había aprendido a reprimir mi tendencia a soltar lo primero que se me pasaba por la cabeza, sin filtros. Pensé que estaba dándole una oportunidad de verdad a nuestra relación, pero al final Sebastian se dio canta de mi indiferencia, y tenía razón. Él no me importaba. Ninguno de ellos importó.

Solo existía una persona.

Y esa persona hace mucho tiempo que no está.

Todos Nuestros Veranos, Carley Fortune