El escritor y su fantasmas Ernesto Sábato

Por fin..., por fin todo lo parecía haber encajado. Los años persiguiendo el fantasma de la persona que creía ser se habían acabado. No en vano, había vivido los siete años más increíbles de mi vida. Me había enamorado, había odiado, había vuelto a amar, había recorrido el mundo y conseguido cumplir mi sueño, rodeada por el mejor grupo de amigas que nadie (en su sano juicio... o no) podría desear. Y, al contrario de lo que una vez pensé cuando aún era muy joven y solo sabía de la vida lo que ella podía imaginar, la calma no era aburrida ni paralizante. Me sentía plena.

El vestido, custodiado por una preciosa funda de satén, colgaba en el dormitorio a la espera de enfundármelo. También las sandalias de tacón cubiertas de piedras brillantes aguardaban sobre la caja. Los útiles de maquillaje parecían, sobre el tocador, pequeños soldados a punto de una batalla de brillo. Mientras tanto, yo disfrutaba de aquel baño de espuma bien merecido. Porque cuando las cosas salen bien, una debe premiarse...

...Lástima no haberlo pensado mejor. Lástima no haber tenido más cuidado. Lástima no haber sido consciente de que aquel baño era, en realidad, el último.

No debí dejar el móvil cargando sobre el mármol de la bancada. No debí intentar alcanzarlo cuando Néstor me llamó, seguramente para avisarme de que estaba de camino para brindar con champán. Era la noche del estreno de la película con la que cerraba un ciclo, con la que abrazaba la felicidad más plena.

Pero lo hice.

Lo hice.

Fue una muerte dulce dulce, no temáis por mí. Una torpeza. Una tontería. Un final precipitado en una vida como la mía, que había sido tan plena, tan llena, tan propia. Sencillo y tonto como solo puede ser un accidente. Un codo que se mueve fuera de la bañera; un teléfono, enchufado a la corriente, que cae al agua...

Me fui..., me fui rostizada como un pollo.

Me fui. De pronto existía y un instante después ya no era más que un cuerpo vacío; una consciencia libre que volaba, sin pena, sin alegría, comprendiendo el tiempo, el espacio, el futuro y las razones por las que todo pasaba.

Valentina, que había tenido una vida de novela, ya no estaba.

Me separé del ordenador con cara de pánico.

Como No Escribí Nuestra Historia, Elísabet Benavent